EL MUNDO QUE DEJAMOS EN HERENCIA

El cambio climático: el desafío del siglo XXI

La Isla de Pascua, situada en el Océano Pacífico, albergó un día una civilización exuberante y próspera que vivía de los abundantes recursos que la tierra le proporcionaba. Actualmente, solo podemos encontrar unas inmensas estatuas de piedra que miran un horizonte eterno. La feroz competitividad entre los clanes rivales de Rapa Nui acabó con la flora y fauna de su hogar. Una veloz deforestación terminó por destruir todos los recursos de la isla, y por ende, toda su población.

 

Este ejemplo, por muy remoto que nos pueda parecer, nos muestra cómo una mala gestión de la naturaleza puede llevar a la muerte por inanición a toda una sociedad. Hay, sin embargo, una notable diferencia: los habitantes de la Isla de Pascua desconocían los efectos de sus acciones; nosotros, por el contrario somos absolutamente conscientes de lo que nos puede suceder si seguimos actuando como siempre. Tenemos conocimiento y tenemos las herramientas. ¿Por qué no actuamos?

 

La sequía se hacen patente en muchas zonas del planeta

 

La temperatura promedio de la superficie de la tierra es la medida fundamental para el cambio climático. Nunca habíamos registrado temperaturas tan altas y existen pruebas irrefutables de que el proceso va en aumento. Durante los últimos 100 años la temperatura del globo terráqueo ha aumentado en 0.7 º C. Las concentraciones de CO2 que quedan atrapadas en nuestra atmósfera gracias al denominado “efecto invernadero” aceleran el fenómeno.

 

             La descongelación de los polos suponen una grave amenaza para las especies que allí habitan

El cambio climático afecta a todo el mundo, eso es cierto. Pero hay partes de este mundo nuestro que son mucho más vulnerables a este fenómeno. Las regiones más pobres de la tierra son las primeras víctimas. En estas partes del mundo el problema ya cruzó el umbral del peligro. Fenómenos naturales como ciclones o tsunamis arrasan las costas del océano índico y Sudamérica. La constante sequía diezma las plantaciones de los países en vías de desarrollo, que dependen directamente de la agricultura para sobrevivir. Los recursos hídricos también escasean y el derretimiento de glaciares provocará que hacia 2080 unos 1.800 millones de personas tengan grandes dificultades para la obtención de agua.

 

 

Pero esta es la primera parte del problema. Después de los países más desfavorecidos vendrán las regiones ricas, ese primer mundo que se cree inmune al desastre ecológico. Las generaciones futuras sufrirán las consecuencias de nuestras acciones. Las conclusiones que sacamos de esto es que todos compartimos el mismo receptáculo, la humanidad vive el mismo planeta y el problema del cambio climático nos afecta a todos por igual. Y si no hacemos nada pronto, dirá mucho de nuestra solidaridad hacia el prójimo y hacia los que vendrán.

 

El principal problema es que, hasta ahora, ha habido un abismo que separaba las investigaciones científicas de la acción política. Los gobiernos de los países más industrializados ven poco ventajosa la protección del medio ambiente y el idílico Protocolo de Kyoto no pasa de ser una mera declaración de intenciones. Además, varios países consiguieron fijar la compra de emisiones a países menos contaminantes, con lo que se ha favorecido el tráfico de CO2.

 

             Una reducción efectiva de las emisiones de CO2 podría detener el cambio climático

 

Las oportunidades de virar nuestro camino hacia la sostenibilidad ecológica se están agotando, pero la catástrofe todavía es evitable. Pero para ello se necesitará que los países más ricos demuestren su poderío económico y logren una reducción efectiva de las emisiones de dióxido de carbono y forjen un plan de acción para la adaptación que aborde las consecuencias de las emisiones del pasado. Es la única vía para evitar la pobreza y necesidad de millones de personas y de poder legar a las próximas generaciones un planeta habitable.

 

Fuente:   Informe sobre Desarrollo Humano 2007/ 2008 de las Naciones Unidas