NEGRA LUZ

Me llamó la atención este libro por las peripecias que había tenido que sufrir el autor. Un sobrino del famoso padre Lombardi, el jesuita que promovió en tiempos de Pío XII el Movimiento por Un Mundo Mejor, tras muchos años de catedrático de Filosofía del Derecho, había sido expulsado de la Universidad Católica de Milán por haber escrito este libro. Naturalmente, pedí cuanto antes un ejemplar a mis amigos italianos y lo leí para saber de qué se trataba.
El interés morboso que suscitó la primera noticia se convirtió en implicación apasionada a medida que avanzaba en su lectura. No era un libro cualquiera, de esos que se escriben para hacer currículo académico o conseguir notoriedad. Era un libro de autor, en el que el profesor Lombardi había puesto y arriesgado toda su vida, que describía el camino recorrido por él y por mucho espíritu europeo que partiendo de la fe busca inteligencia. No se trataba de un panfleto ni del desahogo de un católico rebelde sino de un libro muy serio, muy bien construido, con la lógica de un filósofo y el rigor textual de un jurista. Y me di cuenta de que valía la pena tomarse la fatiga de traducirlo e incluirlo en nuestra colección Diáspora de Tirant lo Blanch.
Toda la primera parte está repleta de textos del famoso Denzinger, en la misma edición de 1957 que yo tenía por ahí olvidada. Ha sido fácil para mi generación arrinconar como pieza de museo ese recordatorio de decretos conciliares y pontificios en que se fundaban las tesis de la teología que estudiamos. Porque bastaba una referencia a un número del Denzinger para establecer que una afirmación era dogmática o por lo menos “doctrina católica”. Tras el Concilio Vaticano estábamos en otra Iglesia y en otra teología.
Pero realmente no era así. Con el Vaticano II no se abrogó ningún texto de los concilios o documentos magisteriales anteriores. Ahí están. Dando la razón a quienes dicen ahora que el Vaticano II es un concilio de bajo nivel, que no tiene fuerza dogmática para contradecir los decretos de Trento y del Vaticano I. Y en eso se basa el argumento principal de Lombardi en esa primera parte, muy dura, pero no directamente antidogmática. Sencillamente enfrenta al católico frente a su realidad Él dice: Los textos del magisterio oficial recogido en el Denzinger están en clara contradicción con los principios de justicia y derechos humanos, actualmente aceptados universalmente. Por otra parte, la fe vivida y la teología ampliamente vigente sí que están de acuerdo con esos conceptos de justicia y derechos humanos. Luego hay que redimensionar expresamente la autoridad del magisterio, pues no es suficiente ignorarlo o forzar su interpretación hasta hacer que un texto diga lo contrario de lo que dice. La lógica y el respeto a la textualidad con que se expresa Lombardi es apabullante y esta es precisamente la característica que indignó a los jerarcas e hizo enmudecer incluso a los teólogos más progresistas.
Tras esta primera parte destruens de lo que él llama “el catolicismo centrado en Trento”, que va desde Nicea al periodo anterior al Vaticano II, el autor emprende una arriesgada escalada con el arnés de la razón, ayudada por la fe todo lo que se quiera pero sin renunciar a su función de “entender”, hasta la cúspide más alta del ser. Ya no se trata de hablar de catolicismo sino de los conceptos universales de Dios, Alma y Religión con los que la mente humana ha intentado siempre llegar a la cúspide. Para ello sigue primero las vías trazadas por Santo Tomás y los escolásticos, cuya ruta quedó plasmada en el tratado de De Deo Uno de Garrigou-Lagrange. Como por ahí se llega a la aporía, a los koan, al mauvais pas que ya no permite ascender más, el denodado Lombardi acude en auxilio de otras ayudas: la filosofía oriental y la ciencia. Ningún sistema de pensamiento le permite ir más allá. Pero tampoco le da razones por las que deba abandonar la búsqueda como carente de sentido. Lombardi, es esta segunda parte destruens-construens, ya no es el filósofo lógico que enfrenta a un sistema de pensamiento con su contradicción, sino el ontólogo que busca el ser último de las cosas, hacerse presente a lo real en toda la hondura de la realidad. Y se da cuenta de que el destino de la razón es llegar con palabras y conceptos al silencio –apofatismo– y a la negra luz de la otra orilla. Habiendo llegado con la razón hasta su límite, se deja llevar ahora de la mano de las hermanas mayores del alma, los estados de conciencia en los que uno –como pasajeras iluminaciones– llega a darse cuenta, a realizar (to realize) lo real.
Y ahí es donde plantea la tercera parte construens del libro. Cuando el hombre llega al extremo de lo que su razón puede darle, incluso tras recorrer el arduo camino de la ciencia (física cuántica, neurociencias…), cuando hasta las religiones más puras se han descubierto como meras andaderas para aprender a caminar, sólo queda el ejercicio de seguir el camino de una mística de lo real, de una mística que hay que plantear como ejercicio laico de la mente que busca, tras las huellas de los místicos antiguos pero también de los asombrosos avances de la ciencia actual, la última verdad sobre lo real, el modo concreto como todo es y subsiste. El libro acaba así con una invitación a una mística universal laica.
Un apasionante camino para esforzados. Quiero acabar diciendo que el trabajo de traducción, con el rigor al que el autor se impone en la escritura, me ha permitido encontrar a la persona y al amigo, pues hemos tenido que trabajar juntos varios días. Hemos descubierto así que, casi coetáneos, teníamos raíces y experiencias juveniles semejantes. Los dos estudiamos en la Gregoriana y tuvimos los mimos profesores. Después seguimos caminos diferentes, pero impulsados por una misma vocación que llevaba a la autenticidad y no al conformismo. Él, que dejó el seminario antes de concluir la teología, dirige desde hace años grupos de meditación de inspiración budista que le han ido conduciendo a buscar la esencia y no el clericalismo de lo que las religiones pueden ofrecer. A mí me ha servido en estos años de madurez un camino más existencial, el que propone Marcel Légaut de buscar la propia humanidad a través de las experiencias fuertes del amor, la paternidad y la asunción de la propia muerte. El caso es que los dos nos encontramos ahora, habiendo superado el mojón de los setenta, buscando aventuras del espíritu en vez de añorar seguridades de un catolicismo sociológico felizmente enterrado.


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 Negra Luz Ensayo Sobre Catolicismo y Apofatismo. Luigi Lombardi Vallauri.

Negra Luz Ensayo Sobre Catolicismo y Apofatismo

Luigi Lombardi Vallauri
 
ISBN 8484565882
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1ª Edición / 335 págs. / Rústica / Castellano / Libro
Precio:25,00 euros 06/2006 - Tirant lo Blanch - Diáspora

Bibliografía